Mi habitáculo está cada vez más desordenado, más caótico, más ininteligible, más oscuro, más surrealista y fantasmagórico. Cambía constantemente, las estanterías, los cajones, el mobiliario, cambía, se transforma. Abres un cajón, de los millones que habitan la caverna y nunca sé que me puedo encontrar. El sistema neurológico que habita en mi cueva no funciona correctamente. Las percepciones, las respuestas a esas percepciones, los sonidos percibidos, las imagenes percibidas, los conceptos percibidos, todo aquello que percibo del exterior lo transformo y lo vuelvo ingobernable. No sé muy bien donde colocarlo, en que cajón ubicarlo. Todo se mezcla y se confunde. La entropía se ha apoderado del habitáculo. La estalactica puede ser una de las múltiples causas de esta falta de discernimiento. La distorsión, el retorcimiento, la deformación, las fuerzas distensivas dentro del entramado neuronal se han apoderado de mi caverna. Las señales eléctricas, las señales químicas de los axones de mis neuronas no trabajan con fluidez, los neurotrasmisores actúan a su libre albedrío, la conjunción, la armonía, el movimiento de las esferas siderales a dado paso al movimiento errático de cualquier cuerpo celeste sin órbita definida.
Este gran problema me lleva directamente, probablemente, a la locura. No sé muy bien quién soy. Me miro al espejo y no me reconozco. Hay días que no quiero salir del ensueño para atravesar la puerta hacia la vigilia, hacia la realidad mas martirizante. Trato de controlarlo, pero la verdad es que casi nunca lo consigo.
El universo armónico en el cual nos encontramos tiene constantemente turbulencias en su configuración mas mínima y compleja: Los billones de atómos que conforman un ser humano. La creación de la consciencia y el preguntarse por sí mismos conllevan irregularidades en el funcionamiento neuronal de estos seres. De mí mismo.