sábado, 20 de diciembre de 2014
El Castillo
alfombrada. La lluvia cae vehementemente. Menos mal que tenemos un paraguas en el
coche. Salimos del castillo y traspasamos el patio pedregoso. Bajamos agarrados del
brazo por la calle empedrada que nos lleva a la catedral. Regueros efímeros canalizados
entre grietas nos acompañan. El viento nos obliga a inclinar más el paraguas. La
iluminación de la calle es deficiente. Giramos y entramos en el bar. Dos cañas, por favor.
El ambiente es agradable. Dos orientales sentadas en la barra disfrutan de sus tapas. Nos
sentamos pegados al ventanal. Las gotas de lluvia borbotean en la acera, en este
momento entran dos parejas sexagenarias. Son franceses. El camarero se esmera por
comprenderles. Comemos, bebemos, disfrutamos. Vivimos.
SC
Concierto
número de conciertos es extenso. Con mi dedo pulgar seleciono el Magnificat en do
mayor. Conecto mi televisor y mágicamente la música suena con grandiosidad y pureza. El
director gesticula, siente, dirige, baila. La voz humana resuena junto a las flautas de pico.
El contrabajo se insinua al fondo. Raquel tumbada en el sillón me mira y se relaja. Yo
escribo este microcuento y disfruto de la música barroca de Juan Sebastian Bach. El coro,
timbales, cuerdas, metales y vientos conforman un conjunto armónico insuperable.
Magnífico. El espacio y el tiempo se difuminan en mi mente. La nada y el todo se funden
en una amalgama indescriptible. Aplausos.
SC
Sopor
mandolina destaca insuperable entre la orquesta de cuerda barroca. La música de Vivaldi
inunda el ambiente a mi alrededor. El sopor invade mi conciencia. En el reloj de pared dan
las tres. Es hora de imbuirse en el mundo de la inconsciencia.
SC
Pesadilla
La sacudo, la llamo pero no responde. Oigo ruidos en la habitación contigua, como si
alguien estuviera trasteando. Tengo que esforzarme y mirar quién es. Con sumo esfuerzo
consigo levantarme, a duras penas me sostengo en pie. Abro la puerta de la habitación,
doy la luz y veo a mi hermano hablando, gesticulando. La bombilla se apaga y se enciende
incontrolada. Le llamo, no me ve. Me dirijo hacia el. Sigue sin verme. Ahora me mira pero
sin verme. Es trasparente, como un holograma. Es una escena de otro tiempo, en otro
espacio. Me doy la vuelta. Mi hermano debe estar durmiendo plácidamente en su cama,
junto a su mujer. Mi inconsciente está proyectando acontecimientos pasados en este
presente. Salgo de la habitación, tropiezo, y me sumerjo en un hoyo en caída libre. Parece
un agujero negro que no tiene fin. Sigo cayendo... Me despierto. Mi mujer sigue durmiendo
plácidamente.
SC
Mi Cómoda
con expresión burlesca. Tambien los hay negros abrigados con un jersey de punto.
Muñecas con delantal y gorro. Hay hasta un león con la mirada perdida. Aunque lo más
llamativo son la diversidad de cajas que se distribuyen aleatoriamente en la superficie.
Cajas que son cómodas. Cajas de madera estilo étnico. Cajas de metal que parecen
salidas de un cuento oriental y cajas de cristal que albergan joyas y otros enseres. Encima,
colgado de la pared, un cuadro abstracto de colores ocres, desérticos, pasteles, con lineas
oscuras y claras que se entrecruzan armoniza el conjunto. A la izquierda una silla de
director alberga sentado distraídamente un muñeco pelón y con chupete que me mira con
expresión risueña. Tazas o mejor dicho minitazas y juegos de té procedentes del sol
poniente recomponen el tiempo y el espacio. Alguna foto del pasado en marcos de madera
nos trae emociones nostálgicas.
SC
Harakiri
sigue desarrollándose un ser alienígena, nuclear, ramificado, fractal. Envuelve todo cuanto
me rodea. Mi percepción sensorial se distorsiona. Presiona con fuerza mi masa cerebral,
mi encéfalo. Hay ocasiones en que es insoportable. Me levanto soñoliento, me pongo las
zapatillas y bajo las escaleras. Mi impulso es hoy mil veces mayor que cualquier otro día.
Mi determinación es irrefutable. Cojo la catana de encima de la chimenea, la desenvaino,
me arrodillo sobre la alfombra. Sutil y lentamente se aloja en mi cuerpo. Mi conciencia se
desvanece. El ente maléfico muere. Mi cueva se derrumba. Mi aparato psíquico deja de
funcionar. No existo.
SC
El Instituto
serrada a mi medida. En la espalda, colgada, mi cartera de cuero repleta de libros. Mi
andar renqueante, consecuencia de una rotura doble de tibia, me estigmatiza en el primer
día de clase en mí nuevo instituto. Estoy en La Plaza de España y con ligereza, a pesar de
todo, llego a la Avenida de Jose Antonio. En el cine Pompeya se proyecta una película
polémica, el último tango en Paris. Subo por la calle de los Reyes. Traspaso la puerta
imponente del Instituto Cardenal Cisneros y asombrado, con mi cojera, apoyado en el frio
pasamanos de marmol que forma parte de la impresionante escalera blanca, inmaculada,
peldaño a peldaño, llego a la primera planta. La gran vidriera enclavada en el primer
rellano deja pasar la luz clara de la mañana. Primero E. Aula once. Me siento en un pupitre
cerca de una ventana donde apoyo mi muleta. Mis compañeros me miran con extrañeza.
Nadie se conoce. El escenario se torna tenso. Entra el profesor con libros debajo del
brazo. Buenos días. Soy vuestro tutor. Comienza el curso.
SC
El Depósito
depósito del agua. La línea de seguridad es difusa. Los vecinos quieren ver el espectáculo
de cerca. Se ha interrumpido la circulación de vehículos y de la línea treinta nueve.
Nuestro querido autobús que nos lleva a Ópera. Al centro, como dice mi madre. Todo está
preparado. El depósito viste engalanado un fajín oscuro que envuelve su cintura. Se
produce la detonación. La onda sonora retumba en nuestros oídos. La gente recula,
piedras lanzadas como bólidos se mueven velozmente a ras de suelo. El antiguo edificio
albergador de agua se transforma en escombros, en hierros retorcidos, en una masa
amorfa, entrópica. En nada reconocible. Los bomberos, con sus mangueras sofocan la
situación. El polvo se disipa. Será difícil olvidar a nuestro querido depósito del agua.
SC
viernes, 19 de diciembre de 2014
Tocata y Fuga
Abrimos la puerta de la iglesia. Es un edificio que pasa desapercibido. Camuflado entre construcciones antiguas. Se mimetiza en el ambiente. Una luz sobrecogedora traspasa las vidrieras. Es todo claridad. No hay nadie. Los bancos de madera se distribuyen simétricamente en dos interminables filas con pasillos a los lados. En un rincon del altar está el clavicémbalo. Austero, sobrio, antiguo, serio, frugal. Mi profesor de música se sienta pausadamente, con entusiasmo y delicadeza levanta la tapa del teclado. Un crugido sordo, esquemático, profundo, inunda la estancia. Estamos preparados. Dirígeme como si la música emanara de tu interior. Los dedos entrenados y ágiles comienzan a golpear con delicadeza las teclas blancas y negras. El espacio sonoro adquiere vida propia. Comienzo a gesticular con mis brazos, con mi cuerpo, con mi mente. La música de la tocata y fuga en re menor de Bach inunda el aire encerrado en el habitáculo. Me encuentro en un estado diferente de conciencia. La sincronía, la armonía, la matemática de las esferas siderales muestran su presencia. Acaba la tocata. Me siento en un banco disfrutando todavía del momento. Ensayamos durante un tiempo que se convierte en nada. Salimos de iglesia, nos metemos en un bar, nos tomamos una mahou y recordamos el pasado.
SC