Bajo del autobús con cierta dificultad. Llevo en mi mano izquierda una muleta de madera,
serrada a mi medida. En la espalda, colgada, mi cartera de cuero repleta de libros. Mi
andar renqueante, consecuencia de una rotura doble de tibia, me estigmatiza en el primer
día de clase en mí nuevo instituto. Estoy en La Plaza de España y con ligereza, a pesar de
todo, llego a la Avenida de Jose Antonio. En el cine Pompeya se proyecta una película
polémica, el último tango en Paris. Subo por la calle de los Reyes. Traspaso la puerta
imponente del Instituto Cardenal Cisneros y asombrado, con mi cojera, apoyado en el frio
pasamanos de marmol que forma parte de la impresionante escalera blanca, inmaculada,
peldaño a peldaño, llego a la primera planta. La gran vidriera enclavada en el primer
rellano deja pasar la luz clara de la mañana. Primero E. Aula once. Me siento en un pupitre
cerca de una ventana donde apoyo mi muleta. Mis compañeros me miran con extrañeza.
Nadie se conoce. El escenario se torna tenso. Entra el profesor con libros debajo del
brazo. Buenos días. Soy vuestro tutor. Comienza el curso.
SC
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